En 1987 arribé a la provincia de Tocache, departamento de San Martín, en busca de nuevas oportunidades. Lo que encontré ahí fue un imperio del narcotráfico y del terrorismo. Reinaba el miedo, la violencia, la zozobra y la incertidumbre. En el camino me cobijé en casa de un campesino quien desde el primer día, me brindó trabajo. Poco a poco fui aprendiendo a laborar en el campo con humildad, responsabilidad y honradez, ganándome el respeto de toda la población que me dio esa oportunidad.

Al año siguiente, pude alquilar un terreno y empecé a sembrar una hectárea de hoja de coca. Sin embargo, era difícil vivir aquella situación, ya que una vez en marcha la producción, se intensificaron los actos de injusticia por parte de los grandes cárteles de la droga instalados en el Alto Huallaga y la extorsión impuesta por el grupo terrorista Sendero Luminoso.

En esta zona hubo violencia de todas partes y de todo tipo, aterrorizando a los pobladores. Me pregunto: ¿quién paga o reconoce ese daño irreversible en las mentes de aquellos niños y adultos afectado? Así es como se vivía en el alto Huallaga: gran circulación de dólares provenientes del sembrío de la hoja de coca, todas las explanadas de las casas estaban repletas de hoja de coca e incluso la carretera Fernando Belaúnde Terry estaba cubierta de una inmensa alfombra de hojas de coca secándose al sol.

En 1989 tuve una fugaz estadía de 6 meses en Puerto Pizana, donde comprobé y entendí el verdadero poderío del narcotráfico. En cada esquina (por no decir en toda la comunidad) estas organizaciones criminales instalaban su balanza para comprar PBC, como si se tratara de un gran mercado de abastos. Cuando regresé a Tocache, me encontré con dos hechos importantes: se habían intensificado los operativos en contra del narcotráfico y el terrorismo y la situación del productor cocalero se tornaba más difícil porque la planta de coca moría por la diseminación del hongo llamado ‘fusarium’, que mataba poco a poco los cultivos.

A inicios del año 90 surgió la oportunidad de cambiar de cultivo. Aposté, sin dudar, por el sembrío de un nuevo producto: el tabaco. Me animó un gran amigo que era jefe de planta de la empresa Tapesa (Tabacos del Perú. S.A.), quien me comentó de las ventajas competitivas y económicas del cultivo. Así comencé a sembrar una hectárea de este producto siempre sobre terreno en alquiler.

Valió la pena. Con lo recaudado en esa campaña adquirí un terreno propio de dos hectáreas. Además, generé trabajo para mucha gente afectada por la caída del precio de coca. Ese mismo año, en una asamblea general de productores y trabajadores de Tapesa, fui elegido Secretario General del Sindicato. Este hecho fue un punto de quiebre, pues a partir de entonces comenzó la gran transformación de mi vida en la zona. Con la liquidación de la siguiente campaña de siembra de hoja de tabaco adquirí cuatro hectáreas más de terreno.

En 1992 aposté por otro cultivo, el papayo. Esta fruta representó una ruptura definitiva con la coca. Incluso con las ganancias obtenidas por la siembra de este producto, mi esposa tuvo la oportunidad de terminar su carrera profesional en la universidad. Sin embargo el cultivo de papayo es de corta vida y la virosis (plaga) comenzó a atacar el cultivo.

Para 1994, me empeñé en buscar cultivos alternativos, interesándome por las plantas de cacao que se encontraban en algunas parcelas y que producían bastante bien. Nadie las tomaba en cuenta, salvo pocos productores que consumían el cacao en forma de chocolate para taza artesanal. Decidí arriesgarme, a pesar de que hubo gente que me desanimaba, implementé un vivero de cacao en una extensión de dos hectáreas, aprovechando la sombra temporal del papayo y al mismo tiempo comencé a sembrar plátano, el cual servía también como sombra temporal a más plantas de cacao.

Desde entonces no hemos descansado para lograr que el cultivo del cacao sea la mejor alternativa frente a los cultivos ilícitos. El soporte y apoyo de la cooperación internacional, específicamente de USAID (PERÚ), fue muy importante. Pero lo decisivo fue la disposición de los productores a cambiar, lo que se refleja en la eficacia del modelo de desarrollo alternativo de la región San Martín.

Habiéndome consolidado como productor de cacao, tuve la oportunidad de representar, dirigir y fortalecer grandes organizaciones como la Cooperativa Agraria Industrial Naranjillo y la Asociación Peruana de Productores de Cacao (APPCACAO); ahora ha llegado el momento de desarrollar mi propio sueño: FINCA SAN ANTONIO, nombre con el cual los campos de cultivo que adquirí en todos estos años, fueron registrados ante el Estado Peruano desde hace 23 años.